1. LA VINCULACION.
EL NIÑO/A VIVE ESTA VINCULACIÓN COMO AMOR Y COMO FELICIDAD.
Independientemente de si en este grupo podrá desarrollarse favorablemente o no,
y sin tener en cuenta quiénes y cómo son sus padres.
El niño/a sabe que pertenece ahí y este saber y este vínculo son amor, un amor
primario.
Esta vinculación es tan profunda que el niño/a, incluso está dispuesto a sacrificar su
vida y su felicidad por el bien del vínculo.
2. EL EQUILIBRIO ENTRE DAR Y TOMAR
En todos los sistemas vivos existe una continua compensación de tendencias
antagónicas, Es similar a una ley natural. Es decir, la compensación entre tomar y
dar no es más que una aplicación a sistemas sociales.
La necesidad de un equilibrio entre dar y tomar hace posible el intercambio en los
sistemas humanos. Esta interacción se inicia y se mantiene por el hecho de tomar y
de dar, regulándose por la necesidad de todos los miembros de un sistema de
llegar a un equilibrio justo. En cuanto éste se consigue, una relación puede darse
por acabada. Esto ocurre, por ejemplo, si se devuelve exactamente lo mismo que
se recibió. Pero también puede reanudarse y continuar la relación, dando y
tomando de nuevo.
El proceso es el siguiente: el hombre le da a la mujer y , en consecuencia, ella se
siente presionada por haber tomado. Es decir, habiendo recibido algo del otro, por
muy bello que sea, perdemos algo de nuestra independencia. En seguida surge la
necesidad de compensación, y para deshacerse de la presión, la mujer le devuelve
algo al hombre. Por precaución aún le da un poco más, con lo cual se crea de nuevo
un desequilibrio y así el proceso sigue. Ni el que a ni el que toma están tranquilos
hasta que no lleguen a un equilibrio, hasta que el primero no tome también y el
segundo también dé.
A. La felicidad se rige por la cuantía de dar y tomar.
B. Cuando existe un desnivel entre tomar y dar
C. Si no es posible llegar a un equilibrio
D. La recompensa negativa
E. El perdón malo y el perdón bueno
F. Sufrimiento preventivo en separaciones
G. Renuncia a la felicidad como intento de recompensa
H. La conformidad con el destino
I. Como recompensa, un hijo de rescate
A. LA FELICIDAD SE RIGE POR LA CUANTIA ENTRE DAR Y TOMAR.
Cuanto más extenso sea el intercambio, tanto más profunda será la felicidad. Sin
embargo, existe una gran desventaja: la vinculación resulta aún más fuerte. El que
quiera libertad, tan sólo puede dar y tomar muy poco y tan sólo puede permitir un
intercambio muy reducido entre ambas partes.
La felicidad en una relación depende de la medida en que se toma y se da. Un
movimiento reducido sólo trae ganancias reducidas. Es como el andar. Nos paramos
si aguantamos el equilibrio, y seguimos avanzando si una y otra vez lo perdemos
para después volver a recuperarlo.
Un gran movimiento entre tomar y dar viene acompañado de una sensación de la
alegría y plenitud. Esta felicidad no cae del cielo, se hace.
Si el intercambio se realiza a un nivel elevado y es equilibrado, tenemos una
sensación de ligereza, de justicia y de paz. De las muchas posibilidades de
experimentar la inocencia, ésta es la más liberadora y bella.
B. CUANDO EXISTE UN DESNIVEL ENTRE TOMAR Y DAR.
• Dar sin tomar
Tener derecho a algo es una sensación agradable, y por ser una sensación tan
agradable, a algunos les gusta conservarla. Prefieren conservar la reivindicación, en
vez de permitir que otros les den algo, como siguiendo el lema: “Vale más que tú te
sientas obligado que no yo”.
Frecuentemente ocurre con la mejor de las intenciones, y esta actitud goza de gran
respeto. Muchos idealistas mantienen esta postura, conocida como el ideal de los
que se dedican a ayudar a los demás. También es un fenómeno frecuente entre
psicoterapeutas. Estos, por ejemplo, no están dispuestos a alegrarse en las
psicoterapias, como pequeña recompensa por el esfuerzo e realizan. En
consecuencia, el proceso se hace penoso y ya no está equilibrado. Pero si alguien
da sin tomar, al cabo de un tiempo, los demás tampoco no quieren aceptar nada de
él. Es decir, se trata de una actitud hostil para cualquier relación, ya que aquél que
únicamente pretende dar, se aferra a su superioridad y, de esta manera, niega la
igualdad a los demás. Es de suma importancia para cualquier relación que no se dé
más de lo que se esté dispuesto a tomar y que el otro sea capaz de devolver. De
esta manera, inmediatamente, se establece una medida para saber hasta dónde se
puede ir.
Si, por ejemplo, una mujer rica se casa con un hombre pobre, en muchos casos no
funciona, porque siempre es ella la que da, y el hombre no tienen la posibilidad de
devolverle nada. En consecuencia, se irrita. Siempre se irrita aquél que no tiene la
posibilidad de conseguir una compensación. Si una mujer le paga los estudios a su
marido, éste, al finalizar su carrera, la dejará. Ya no tiene ninguna posibilidad de
llegar a un nivel de igualdad, a no ser que le devuelva todo, hasta el último
céntimo. Entonces queda de nuevo libre y la relación puede seguir. Si un hombre
que ya ha vivido su vida se casa con una mujer que aún la tiene por delante, esta
relación está destinada a fracasar. La mujer se vengará del hombre. El hombre
sabe que ella tiene el derecho de hacerlo y , por lo tanto, tampoco intervendrá.
Naturalmente, lo mismo es válido a la inversa.
• Negarse a tomar
Algunos pretenden conservar su inocencia negándose a tomar. En un caso así, no
están obligados a nada y muchas veces se consideran especiales o mejores. Sus
vidas, sin embargo, sólo funcionan al mínimo y, en consecuencia, se sienten vacíos
y descontentos. Esta actitud se encuentra en muchas personas depresivas que se
limitan en su disfrute de la vida. En primer lugar, se niegan a tomar a sus padres, y
más adelante, esta actitud se traspasa a otras relaciones y a las cosas buenas de
este mundo. Por esta razón muchos de los que se apartan voluntariamente de
nuestra sociedad tampoco aceptan nada, para no tener que dar.
• Pequeños defectos
También existe un desnivel respecto al equilibrio si uno de los cónyuges tiene un
“defecto” al momento de contraer el matrimonio. Para una mujer soltera, por
ejemplo, que aporta un hijo al matrimonio, lo mejor sería casarse con alguien que
también tenga un “defecto”. Entonces podrán ser felices. De lo contrario, ella se
enfadará con él, porque nunca podrá llegar a un nivel de igualdad.
Por lo tanto, “mire quien votos perdurables hace, si con su corazón cuadra el que
elige” (de la “Canción de la Campana” de Friedrich Schiller).
C. SI NO ES POSIBLE LLEGAR A UN EQUILIBRIO.
• Entre padres/madres e hijos/hijas
El equilibrio entre tomar y dar, hasta ahora descrito, sólo es posible entre personas
que se mueven a un mismo nivel, es decir, de igual a igual.
Es diferente entre padres/madres e hijas/hijos. Los hijos y las hijas nunca pueden
devolverles a sus padres nada equivalente. Quisieran hacerlo, pero no les es
posible. Existe un desnivel insuperable entre tomar y dar. Si bien los padres
también reciben de sus hijos, y los maestros/as de sus alumnos/as, el desequilibrio
no se compensa, sólo se atenúa.
Respecto a sus padres, los hijos siempre quedan en deuda, y por esta misma
razón, tampoco consiguen desligarse de ellos. De esta manera, la vinculación de los
hijos con sus padres se fortalece y consolida aún más, precisamente por ser
irrealizable la necesidad de llegar a un equilibrio.
Otro efecto consiste en que, más tarde, los hijos sienten el impulso de salir de la
obligación, impulso que les ayuda en el momento de separarse de los padres. EL
QUE NO TIENE LA POSIBILIDAD DE COMPENSAR UN DESEQUILIBRIO, TIENDE A
ALEJARSE.
La solución es que los hijos pasen a otros lo que ellos mismos recibieron de sus
padre, en primer lugar a sus propios hijos, es decir, a la generación siguiente, o si
no , en un compromiso con otras personas. El que se da cuenta de esta salida,
pasando lo recibido a otros, es ca paz de tomar mucho de sus padres.
Lo que es válido entre padres/madres e hijas/hijos y entre maestros/as y
alumnos/as, también es válido en otros ámbitos. Dónde quiera que ya no sea
posible o apropiado llegar a un equilibrio, devolviendo o intercambiando, aún
tenemos la posibilidad de deshacernos de la obligación y de la deuda, si de aquello
que recibimos pasamos algo a otros. De esta manera, todos, tanto si dan como si
toman, se someten a un mismo orden y a una misma ley.
Börries von Münchhausen lo describe en un poema:
LA BOLA DE ORO
Por mucho amor que del padre recibiera,
No se lo pagué, ya que de niño
No reconocía el valor del don,
Y de hombre, me hice igual que los hombres, y duro.
Ahora, un hijo me crece, tan bienamado
Como ninguno que fuera la delicia de un corazón de padre,
Y yo pago lo que en un tiempo recibí
Con aquél, que no me lo dio, ni me lo devuelve.
Pues al hacerse hombre y pensar como los hombres,
Él, al igual que yo, hará sus propios caminos,
Nostálgico, pero sin envidia, lo veré,
Dando al nieto aquello que a mi me corresponde.
Lejos en la sala de los tiempos mi mirada va,
Contenida y serena, observando el juego de la vida,
La bola de oro cada cual, sonriente, pasa
y ninguno la bola de oro devolvió.
• Agradecimiento como recompensa
Una última posibilidad de llegar al equilibrio entre tomar y dar, es el
agradecimiento. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el decir “gracias”
muchas veces sustituye el agradecimiento. El “gracias” es la manera barata de
expresar un agradecimiento. Dar las gracias significa : lo tomo con alegría y lo
tomo con amor, lo cual expresa un profundo reconocimiento del otro.
Al dar las gracias, no se rehuye el dar, aún así, ésta es, a veces, la única respuesta
adecuada para quien recibe, por ejemplo, una persona disminuida, un enfermo, un
niño pequeño, y a veces alguien que nos ama.
Aquí, junto a la necesidad de compensación, entra en juego también ese amor
elemental que atrae y une a los miembros de un sistema social.
Es el amor que acompaña el tomar y el dar, y les precede.
El que da las gracias reconoce:
“Tú me das, independientemente de que yo, en algún momento pueda
devolvértelo, y yo lo tomo de ti como un regalo”.
El que acepta el agradecimiento dice:
Tú amor y el reconocimiento de mi don para mí significan más que todo lo que aún
puedas hacer por mí”.
• Cuando ya no es posible la reparación.
La deuda y el daño adquieren una importancia fatal, en el momento en que una
persona sufre tal daño en su cuerpo, vida o propiedad, que y a no sea posible la
compensación. En un caso así, ninguna expiación, ni ningún otro hecho pueden
restablecer el equilibrio.
Tanto al autor, como a la víctima sólo les quedan la impotencia y la sumisión,
cualquiera que sea el destino de cada uno de ellos.
D. LA RECOMPENSA NEGATIVA
La culpa como obligación, y la inocencia como reivindicación y descarga están al
servicio del intercambio, y mantienen nuestras relaciones en marcha. Es una culpa
buena y es una inocencia buena, por las que nos beneficiamos mutuamente y nos
unimos en el bien.
Sin embargo, la necesidad de un equilibrio y de una justicia compensadora no tan
sólo actúa en un sentido positivo, sino también en un sentido negativo. Es decir, si
alguien en el sistema atenta contra mí, sin que yo pueda defenderme, o si reclama
para sí mismo algo que me perjudica o tiene que hacerme daño, yo siento la
necesidad de llegar a una compensación. Ambos, el autor y la víctima, se ven
sometidos a esta necesidad. La víctima tiene el derecho de reivindicar la
compensación, y el autor se sabe obligado a ella. Pero esta vez la compensación
actúa en perjuicio mutuo, ya que, después de cometerse la injusticia, también el
inocente trama el ma. Pretende perjudicar al culpable, tal como éste lo perjudicó, y
quiere causarle un daño equivalente al suyo, o incluso algo mayor. Esta actitud
también une de una manera muy estrecha, aunque sea en la desdicha.
Sólo cuando los dos, el culpable y su víctima, hayan estado igualmente enfadados,
y hayan sufrido y perdido en la misma medida, se encuentran de nuevo a un mismo
nivel. Entonces tienen otra vez la posibilidad de llegar a la paz y a la reconciliación.
• De lo negativo más vale devolver algo menos.
También aquí es válido si alguien comete una injusticia conmigo y yo le devuelvo
exactamente lo mismo, la relación se termina. Si le devuelvo un poco menos, no
sólo se cumple con la justicia, sino también con el amor.
A veces es preciso enfadarse con alguien para salvar la relación, se trata, sin
embargo, de un enfado con amor, porque se tiene en cuenta la importancia de la
relación.
El que se enfada con odio sobrepasa los límites, dándole al otro el derecho de
acrecentar su enfado.
De esta manera se cumplen tanto las exigencias del amor como de la justicia, y el
intercambio positivo puede reanudarse y continuar.
Ahora bien, si los padres cometen una injusticia con sus hijos, éstos no pueden
buscar el equilibrio causándoles otro daño a sus padres. El hijo, la hija, no tienen el
derecho, hagan lo que hagan el padre / la madre. En este caso el desnivel entre
unos y otros es demasiado grande.
• Exigir la reparación.
El culpable nos parece tanto más culpable, y sus actos tanto más graves, cuanto
más indefensa e impotente sea su víctima. Pero la víctima, una vez cometida la
injusticia, raras veces se queda indefensa. Podría actuar y exigir del autor justicia y
reparación, que pondrían término a la culpa y harían posible un nuevo comienzo
Muchas veces sin embargo, se cultivan la reivindicación y el derecho de estar
resentido con el otro.
Pero si la víctima misma no actúa, otros intentan hacerlo por ella, con la diferencia,
sin embargo, de que en este caso tanto el daño como la injusticia, que otros
cometen en su nombre y en su lugar con terceros, acaban siendo mucho más
graves que si ella misma se hubiera encargado de defender su derecho de
vengarse. Donde los inocentes prefieren sufrir en vez de actuar, pronto hay más
víctimas y malos que antes. Es ilusoria la idea de que podríamos evitar el vernos
afectados, o esquivar la culpa, aferrándonos a la inocencia y su impotencia en vez
de enfrentarnos con la culpa y sus consecuencias. De manera que ésta pueda llegar
hasta el final y desarrollar también su fuerza positiva.
E. EL PERDON MALO Y EL PERDON BUENO
Un efecto similar al de mantener la impotencia es el del perdón apresurado, que
sustituye un enfrentamiento necesario y que, en vez de solucionar el conflicto, lo
tapa y lo transfiere. El mismo efecto tiene también el perdón arrogante, es decir, si
alguien alegando una superioridad moral, le perdona la culpa al culpable, como si
tuviera el derecho de hacerlo.
Si se pretende llegar a una reconciliación auténtica, el inocente no sólo tiene el
derecho a la reparación y la expiación, sino incluso tiene la obligación de exigirlas.
De lo contrario, él mismo se hace culpable con el culpable. Y el culpable no sólo
tiene la obligación de aceptar las consecuencias de sus actos, sino también tiene el
derecho de hacerlo.
F. SUFRIMIENTO PREVENTIVO EN SEPARACIONES.
Por miedo a reproches y por miedo de hacerle daño al otro, algunos, antes de
separarse, se obligan a sufrir durante mucho tiempo, tanto que quede compensado
el dolor del otro, como si después tuvieran más derechos a dar el paso. Por esta
razón, los procesos de divorcio tardan tanto. En la mayoría de los casos la persona
tan sólo necesita un ámbito nuevo y más extenso, quizá su alma necesite más
espacio para crecer, y se siente cogida y prisionera por no poder emprenderlo sin
perjudicar o hacer daño a otro.
Cuando por fin se separan, no sólo aquella persona tiene la posibilidad y el riesgo
de un nuevo comienzo, sino, sin esperarlo, también al otro se le abren nuevas
posibilidades. Si el otro, sin embargo, se cierra y permanece en su dolor, le hace
más difícil al primero emprender su nuevo camino. En cambio, aprovechando su
nueva posibilidad, también le da al primero libertad y descarga. De todas las
maneras de perdonar a otros, ésta es par mí la más bella. Reconcilia, aún si la
separación sigue en pie.
G. RENUNCIA A LA FELICIDAD COMO INTENTO DE RECOMPENSA.
Lo que es correcto e importante en relaciones para que éstas sean logradas, a
veces, de manera ilícita, se traspasa a otros contextos en los que se convierte en
un absurdo, por ejemplo, si una persona saca provecho de una situación, mientras
otro en el mismo contexto sufre una pérdida, estos dos hechos se relacionan en el
alma, desarrollándose así la necesidad de llegar a una compensación como si lo
primero existiera a costa de lo segundo. En un caso así, ocurren cosas muy graves.
Si por ejemplo, un padre vuelve ileso de la guerra o del cautiverio, donde otros
perecieron, de repente, una hija tiene la idea de pagar porque el padre volvió, o el
padre mismo ya no se ve con el derecho de tomar mucho de la vida. O el caso de
alguien que es salvado de un peligro mortal, y a continuación comienza a pagarlo
con un síntoma o empieza a limitarse.
Si en una familia hay un hijo disminuido, los otros hermanos sanos muchas veces
no se atreven a tomar su salud y su felicidad, ya que desarrollan la fantasía de que
ellos tienen lo positivo ensu vida a costa del hijo enfermo. Intentan compensarlo
mostrándose también ellos enfermos o depresivos, o limitándose en sus
posibilidades de algún otro modo. Esta dinámica es como una descarga interior.
Nos encontramos indefensos y sin recursos ante tal culpa o inocencia que le Destino
depara. La posición de querer compensar algo, por tanto, es arrogante en este
contexto, ya que la persona pretende pagar algo que se le da como regalo.
El tomar y el dar las gracias, el tomarlo como un regalo, sin pagarlo, es la solución
y una realización muy especial. Este agradecimiento es una actitud interior. No está
dirigido a nada ni a nadie.
Alguien se mete a un río y éste le lleva a la otra orilla. Ahí sale de nuevo del agua y
hace una reverencia ante el río. Al río, sin embargo le da igual. Eso es dar las
gracias.
• Expiación como recompensa ciega.
La expiación también constituye un intento de recompensa, intento ciego,
instintivo, sin embargo, que se realiza sin control. Con espacial frecuencia se
encuentra este intento de recompensa en familias en las que una madre murió al
dar a luz un hijo. Naturalmente el hijo que sobrevive es inocente de la muerte de la
madre. A nadie se le ocurriría pedirle cuentas por ello, pero, a pesar de todo, el
conocer su inocencia no le aporta ningún alivio. Como ser social, se sabe integrado
en un sistema en el que recibió su vida a costa de la de su madre. No puede evitar
una y otra vez, ver su vida en relación con la muerte de su madre, y nunca
consigue deshacerse de la presión de la culpa. Lo que frecuentemente ocurre tras
un incidente tan trágico es una dinámica fatal. La situación se interpreta como si el
marido, por su impulsividad, hubiera asesinado a la mujer, como si, por decirlo así,
la hubiera sacrificado a sus instintos. En realidad, los padres son conscientes del
riesgo de la realización del amor y han aceptado conscientemente ese riesgo. Estas
fantasías de asesinato también descalifican a las mujeres, representando un delito
contra su dignidad. En la configuración de tales constelaciones, las mujeres no
expresan ninguna acusación contra el hombre y son plenamente conscientes de su
propia dignidad.
La imagen de asesinato, sin embargo, conduce a que hijos varones en generaciones
posteriores, y un suceso así aún afecta a muchas generaciones más, lo expíen.
Muchas veces aún nietos y bisnietos se suicidan por la muerte de una mujer así. Es
una forma de recompensa primitiva, antiquísima y ciega: uno desaparece y en
recompensa, otro se va. En cuanto se hace algo en reparación, el respeto se pierde.
Algunos/as renuncian a una relación de pareja y a tener hijos, por ejemplo,
haciéndose sacerdotes o casándose con una mujer/hombre que ya no puede tener
hijos.
Este tipo de muerte en un sistema crea miedo, y por miedo, este hecho
frecuentemente se calla. Es la exclusión peor en un sistema y también crea las
consecuencias más graves.
Ahora bien, si el hijo que sigue con vida se limita o se suicida, el sacrificio de la
mujer fue en vano y encima se le hace responsable de la desgracia del hijo.
La solución consiste en conceder a la mujer un lugar respetado en el sistema, y que
el hijo le diga a su madre: “Ya que perdiste tu vida al nacer yo, que no hay sido en
vano. Precisamente porque te costó tanto, te ¿demuestro que valió la pena. Acepto
la vida por el precio que tede costó a ti, y por el precio que me cuesta a mí, y le
saco partido en tu memoria.”.
Es el mismo amor, pero con otra dirección, Así, la presión de la culpa fatal se
convierte en motor y en fuerza para la vida, haciendo posibles actos que otros no
lograrían realizar nunca. Aporta reconciliación y paz, permitiendo ue el sacrificio de
la madre tenga un efecto bueno.
H. LA CONFORMIDAD CON EL DESTINO.
Hay una parte de la fatalidad que pertenece a mí mismo/misma, por ejemplo una
enfermedad hereditaria, una mutilación de guerra, o condiciones difíciles enla
infancia. Si me rebelo contra este destino invariable o me muestro descontento,
manteniendo vivas la irritación y la reivindicación, o buscando culpables, o no
integrando esta fatalidad en mi vida, entonces este destino tampoco puede
desarrollar su fuerza.
Al igual que puedo ser salvado de manera inmerecida y sin intervenir
personalmente, es decir, puedo recibir un regalo que otros no reciben, también
tengo que asentir si se me exige llevar las consecuencias de algo negativo que
ocurrió sin mi culpa. Al Destino no le importan nuestras reivindicaciones, ni
tampoco nuestra reparación.
Bert Hellinger llama Humildad a esta actitud que sirve de base para esta manera de
actuar, La humildad permite tomar la vida y la felicidad tal como vienen dadas y
mientras duren, independientemente del precio que otros pagaron por ello.
También permite asentir a un destino duro.
También es la respuesta adecuada a la culpa y a la inocencia fatales, poniéndome a
un mismo nivel con las víctimas.
Me permite honrarlas, no tirando o limitando aquello que recibí “a su costa”, sino
justamente aceptándolo, a pesar de su alto precio y transmitiendo parte de ello a
otros.
3. EL ORDEN
La tercera condición básica para conseguir unas relaciones logradas es el orden.
Aquí me refiero, dice Bert Hellinger, en primer lugar, a las reglas que conducen la
convivencia de un grupo a cauces fijos. En todas las relaciones duraderas se
desarrolla normas, ritos, convicciones y tabúes comunes que, a continuación,
adquieren un carácter vinculante para todos. De esta manera, las relaciones se
convierten en un sistema con orden y estructura.
Estas conveniencias sociales constituyen el orden superficial, es decir, el orden más
bien exterior y acordado, que varía ampliamente de un grupo a otro.
Detrás de éste actúan órdenes predeterminados que se sustraen a toda posibilidad
de acuerdo.
Los llamo Ordenes del Amor, y tienen que ver con el lugar que cada integrante de
la familia ocupa, el lugar al que tiene derecho.
El lugar del padre, el lugar de la madre, el lugar de la primera pareja, de la
segunda si la hay, el lugar de cada uno de los hermanos y hermanas. Esto es algo
que no podemos cambiar a voluntad y que implica diferentes fuerzas en los
diferentes vínculos. Cuando se trastoca el orden, es decir, cuando alguien toma un
lugar que no le corresponde (no reconocimiento a parejas anteriores por ejemplo, o
hijos/hijas que piensan son mejores que sus padres en cualquier sentido), se
desequilibra el sistema y se producen implicaciones familiares. Guardar el orden
significa reconocer profundamente y humildemente nuestro propio lugar y desde
ahí tomar la fuerza y la bendición de la familia.